Morí pocos días después de mi 29
cumpleaños.
Debió de ocurrir muy rápido todo ya
que apenas recuerdo nada del momento de mi muerte. Sólo recuerdo el
estar volando de camino al cielo. El camino era recto, rodeado de
majestuosos árboles gigantes dispuestos simétricamente a ambos
lados del mismo. Por los árboles me pareció ver, correteando y
jugando, animalillos celestiales que se giraban curiosos a mirar
quién era el afortunado que dejaba para siempre atrás el cruel y
despiadado mundo carnal. Detrás de los árboles llegué a vislumbrar
paradisíacos jardines extendiéndose hasta el infinito, y grupos de
ángeles jugando, descansando, o meditando plácidamente en ellos. Me
pregunté sobre qué podrían estar reflexionando estos ángeles:
¿les podía inquietar, en su perfecta realidad y existencia, los
problemas del plano existencial físico, del mundo de los mortales?
El sufrimiento, las guerras, el hambre, las enfermedades, el sida...
¿o por el contrario, serían conscientes de que todo esto forma
parte de un plan divino, un plan, que a mi como mortal recién
muerto, todavía se me escapaba por completo?
También me pregunté si ahora, ya
fallecido, se me empezarían a desvelar estos y otros misterios
existenciales. Sin duda, estaba ansioso por saber más de esta nueva
vida eterna, aunque pensé que no tenía sentido ponerse ansioso ya
que, valga la redundancia, tenía una eternidad por delante para
descubrir sobre el todo de la existencia, el por qué hay algo en vez
de nada, y otras preguntas ante las cuales los mortales no muertos no
pueden hacer mas que rendirse ante la enormidad de su ignorancia.
Mientras seguía avanzando por el
camino al cielo tampoco comprendía cómo era posible que no
estuviera yendo de camino al infierno, el lugar en el que realmente
esperaba pudrirme después de muerto, debido a mi pecaminosa vida
salpicada frecuentemente por actos de, cuanto menos, dudosa
moralidad. Pensé que quizá ya había pagado por todos estos pecados
en vida, ya que éste ultimo año había sido un auténtico calvario,
y ya habiendo pagado por los pecados, morí justo en el momento adecuado,
antes de volver a tener energías para volver a dejar guiarme por los caminos de Satán.
Seguí por el camino, siguiendo una luz
cegadora que se perdía entre el azulísimo cielo, cuando dislumbré
un imponente castillo en el horizonte. Fuí acercándome poco a poco,
el camino se bifurcó en dos, pero yo no tuve ninguna duda de que mi
camino era el del castillo. En la puerta del mismo ví que ya había
un ángel esperándome, sonriente y con cara de bienvenida. Decidí
aparcar el coche ahí mismo. Sí, efectivamente, mi destartalado
Nissan Micra me acompañaba en el camino, lo cierto es que al haber
vivido tantas aventuras juntos le había cogido cariño, y más de
una vez llegué a sospechar que también tenía alma. En ese momento
me dí cuenta de que probablemente hubieramos muerto en un accidente
de tráfico, debió de ocurrir todo muy rápido, lo que explicaba el
que no me acordara de nada. Me supuso una cierta alegría el saber
que no había sido el sida o el linfoma lo que me había llevado,
porque sin duda el sufrimiento y la agonía hubieran sido
infinitamente más largos. Que paradoja, tanta lucha y preocupación
por la enfermedad para ahora morir de algo que no tenía nada que ver
con ello. En el fondo, me supo a victoria.
"Cheers mate! 'you all right?"
Éstas fueron las primeras palabras del
ángel. Me quedé un poco de piedra al ver que hablaba en inglés,
pero claro, siendo el inglés el idioma internacional por excelencia,
la cosa tenía su lógica. Yo más o menos ya me defendía con el
inglés, pero no sé cómo se las apañarían los recién fallecidos
no angloparlantes. Seguramente deberían de hacer un curso, al menos
inglés básico, antes de poder acceder al cielo. No se cual fué el
razonamiento mental que siguió mi cerebro metafísico para pensar en
seguida que en el infierno se debería de hablar español, lo cuál
me volvió a hacer reflexionar sobre si realmente no me habrían
confundido con otro fallecido reciente. Quizá habían transpapelado
o confundido algunos documentos, y una bellísima persona estaría
padeciendo un sufrimiento indescriptible para toda la eternidad en mi
lugar.
Esta idea me hizo ponerme blanco y
tragar saliva, yo por si acaso no dije nada y seguí la corriente al
ángel, que me hizo pasar amablemente al interior del castillo.
Suponía que ahora me tendrían que hacer un juicio final antes de
poder acceder al cielo, o tendría que rellenar unos papeles, o me
darían un carnet de identidad celestial, yo que sé lo que tocaba
ahora, fuí bautizado de pequeño y tomé la comunión pero a partir
de ahí mi seguimiento del cristianismo a sido prácticamente cero.
Es más, lo desprecié y ridiculicé con frecuencia como religión o
creencia, una razón más para pensar que me habían confundido con
otra persona, una buena persona que realmente sí que merecía ir al
cielo, quizá otro fallecido en el mismo accidente de tráfico que
yo, pero no yo.
"Mira tío, esta habitación está
vacía, pero no va la luz" me dijo el ángel en su inglés correcto pero
informal. "El problema no es del tubo, es que a esta habitación
no llega la electricidad, no sé por qué."
¿Electricidad? ¿Cómo que
electricidad? ¿No estábamos en un mundo metafísico, más allá de
electrones, protones, iones, y leyes físicas elaboradas por Satán
para joderles la vida a los estudiantes de bachillerato?
"Te enseñaré la otra habitación
vacía, está arriba, pero es más cara. Ah, mira ahí viene otra
compañera. Hola Ellen!"
Pensé que se debía de tratar de otra
mortal recién fallecida, porque a decir verdad no tenía pinta de
ángel. No tenía ni alas. Y ahora que me fijaba, el otro ángel
tampoco.
"¿Otro más que se viene a vivir
aquí? No tenemos más sitio en la cocina ni el las neveras! Háblalo
con la empresa primero, porque aquí ya no cabe nadie más!!!"
Me chocó un trato tan brusco , me
esperaba bastante mejor rollo en el cielo. Quise preguntarle algo a
la chica, pero en lugar de ello me paré a reflexionar un momento:
electricidad...
dinero...
neveras...
empresas...
gordas antipáticas...
Ahora caigo. No estoy de camino al
cielo. No he muerto todavía. Ahora lo recuerdo, simplemente venía a
Northampton a mirar la otra propiedad de la que me habló la empresa de seguridad, en la
que tenían una habitación libre. A pesar de que el lugar parece
paradisíaco, sigo en el despiadado mundo de los mortales. Sigo
teniendo sida, linfoma, y vete a saber cuantas cosas más.
No he muerto todavía. El sufrimiento
todavía no se ha acabado.
MIERDA.